julio 16, 2004

En definitiva no era más que eso, sino mucho menos, y con la amabilidad de usar unas deterioradas gafas de sol que nunca repuso. Sin concesiones ni medias tintas, un aparatejo sónico debajo del lavatorio henchido en cinta de embalaje, un hombrillo medieval de colección, junto con demás restos de herramientas rotas sin evidente propósito.
Joe conversador de films de la década del cuarenta, se ufanaba de un doble homicidio extravagante, llevado a cabo bajo los más bellos cánones estéticos, digno de un niño ocioso como De Quency, pero sólo dentro de unos cuantos años. Todavía estoy verde.
Hyperactivo, suburbano de alcantarillas con un loop de classic western como as en la manga. Que tipo!, debería acabar a mitad de camino. Un ejemplar a quedar inconcluso.
 
Cuando leo información que afirma que se cargó a su criada, en un aventón narcisista hacia el hoyo y todas esas estupideces que deberían censurar, pienso en que podría haber sido cierto, y en mayor medida que debería haberlo hecho. No es más que reputación, y de eso no se sabe nada. Meek popularizó una belleza particular, íntima, de manera clandestina. Su carcajada era temeraria en varios círculos, tanto por su característica reveladora como por su odio. La famosa anécdota apenas comienza se funde en blanco, sobrevive esquizofrénica dentro de un mixer. La plomería, ciertamente, es una escuela de sonidistas de sello Joe, the Producer.