De pronto muere la corriente y vagan a la deriva en una calma sin fin, más y más despacio y por último inmóviles.
"Tan quieto como un barco pintado / Sobre un océano pintado."
El agua es tan clara como aire límpido. Pueden ver la parte superior de grandes rocas a treinta metros de profundidad, que se obscurecen hasta la negrura de tinta que se extiende bajo ellos como un tapiz de terciopelo, cambiando a veces cuando se mueven formas bajo ella. No hay ningúnpez visible en las zonas claras próximas a la superficie y su presencia sólo puede deducirse por movimientos y ondas de oscuridad en los márgenes del campo de visión.
El lago se extiende hasta el cielo en todas direcciones, un vasto espejo azul redondocon una línea de rojo donde el sol toca el agua. Una leve onda de choque que asciende de las profundidades, y que indica el paso de una criatura grande, balancea suavemente la embarcación.
El Guía consulta el mapa, que se abre como un acordeón. Es un mapa de colores brillantes, aparecen en él seres insólitos. Algunos de ellos crecen del suelo cabeza abajo, les salen bortes en las piernas.
-La corriente más próxima a cuatrocientos cincuenta kilómetros -proclama, y parece como si las palabras se le cayesen de la boca-. Podemos remar.
-¿Podemos remar?
Neferti señala hacia el sol, que no se ha movido en el último minuto.
Wilson, el Guía, que perdió la licencia como Cazador Blanco por tirarle a un rinoceronte con un bazooka, vuelve entonces hacia Neferti esos ojos fríos y azules que parecen estar siempre mirando por el cañón de un rifle.
-Lo único que necesitamos es impulso, ¿sabes? No hay fricción en el agua.
Psa la mano rápidamente por el agua. Una sombra negra salta rauda y unos dientes muerden con un chasquido justo detrás de sus dedos.
-¿Ves lo que durarías en esta agua maldita? No hay ninguna fricción... el pez de cámara oscura puede moverse a una velocidad que sería mejor que no olvidases.
-¿No podríamos simplemente soplar desde la popa?
-Sería inútil. Tampoco hay fricción en este aire maldito. Necesitamos un impulso que no dependa del agua ni del aire. Mmmmmm... -se le iluminan los ojos como azufre ardiendo-. En Eton hacíamos competiciones de pajas... ya sabés, velocidad y distancia. Los chicos de la velocidad se inclinaban todos por las armas cortas y las escopetas, mientras que los tiradores de larga distancia se iban a los tiros largos, de seiscientos metros. Puede que si nos pusiéramos los dos en la popa y le diésemos, como... oye, tú eras de los de velocidad, ¿no?
-Si. Unos veinte segundos cuando estoy a tono.
-Bueno, pues será mejor que estés a tono y caliente. El metabolismo empezará a congelarse en una hora... cincuenta minutos ya, así que tenemos que andar con ojo. La presión diferencial debería sacudirnos y sacarnos de las coordenadas de congelación...
Neferti asiente y se desprende del taparrabos y lo deja caer con aire ausente detrás, como si lo abandonara para siempre. Sus alargados ojos verdeamarillentos de serpiente se achican, como cuando una serpiente se inmoviliza y se concentra en silenciosa resolución cuando siente la proximidad de la presa. Las tetillas y las orejas y la nariz se le pusieron de un rojo brillante y palpitante.
Wilson está de pie inmóvil y perfecto como una estatua, salvo por el falo ansioso y palpitante, los ojos fríos y azules escrutando el horizonte en busca de un blanco lejano. Allí está... las miras alineadas... los huevos tensos. Empieza a apretar el gatillo. Va subiéndole de los dedos y los pies largos y prensibles. Su cuerpo enjuto brilla como escamas de peces. Se concentra en un nudo en el Punto Uno de Neferti, cinco centímetros por debajo de donde debería estar el ombligo, si tuviese. Un animal furioso que gruñe, cabra-gato-venado está brotando de él. Chilla del agudo tormento cuando unos cuernos le atraviesan en cráneo y le brota sangre de la nariz.
Wilson aprieta y dispara. El blanco cae del punto de mira. La embarcación se mueve, despacio al principio, luego más de prisa, más, más.
-¡A proa! -grita Wilson.
Sujetándose a los asientos, logran a duras penas impedir que la embracación dé un bandazo de cola como un pez aguja arponeado. Entran en una corriente de trinta y cinco kilómetros por hora. Wilson señala:
-Isla Pies.
La huelen a cincuenta metros de distancia, un hedor negro a insecto que se pega a la ropa y al pelo. Tienes la sensación de que se arrastran ciempiés por todo tu cuerpo.
-Calma, caballerete. Les pasa a todos, al principio.
"Tan quieto como un barco pintado / Sobre un océano pintado."
El agua es tan clara como aire límpido. Pueden ver la parte superior de grandes rocas a treinta metros de profundidad, que se obscurecen hasta la negrura de tinta que se extiende bajo ellos como un tapiz de terciopelo, cambiando a veces cuando se mueven formas bajo ella. No hay ningúnpez visible en las zonas claras próximas a la superficie y su presencia sólo puede deducirse por movimientos y ondas de oscuridad en los márgenes del campo de visión.
El lago se extiende hasta el cielo en todas direcciones, un vasto espejo azul redondocon una línea de rojo donde el sol toca el agua. Una leve onda de choque que asciende de las profundidades, y que indica el paso de una criatura grande, balancea suavemente la embarcación.
El Guía consulta el mapa, que se abre como un acordeón. Es un mapa de colores brillantes, aparecen en él seres insólitos. Algunos de ellos crecen del suelo cabeza abajo, les salen bortes en las piernas.
-La corriente más próxima a cuatrocientos cincuenta kilómetros -proclama, y parece como si las palabras se le cayesen de la boca-. Podemos remar.
-¿Podemos remar?
Neferti señala hacia el sol, que no se ha movido en el último minuto.
Wilson, el Guía, que perdió la licencia como Cazador Blanco por tirarle a un rinoceronte con un bazooka, vuelve entonces hacia Neferti esos ojos fríos y azules que parecen estar siempre mirando por el cañón de un rifle.
-Lo único que necesitamos es impulso, ¿sabes? No hay fricción en el agua.
Psa la mano rápidamente por el agua. Una sombra negra salta rauda y unos dientes muerden con un chasquido justo detrás de sus dedos.
-¿Ves lo que durarías en esta agua maldita? No hay ninguna fricción... el pez de cámara oscura puede moverse a una velocidad que sería mejor que no olvidases.
-¿No podríamos simplemente soplar desde la popa?
-Sería inútil. Tampoco hay fricción en este aire maldito. Necesitamos un impulso que no dependa del agua ni del aire. Mmmmmm... -se le iluminan los ojos como azufre ardiendo-. En Eton hacíamos competiciones de pajas... ya sabés, velocidad y distancia. Los chicos de la velocidad se inclinaban todos por las armas cortas y las escopetas, mientras que los tiradores de larga distancia se iban a los tiros largos, de seiscientos metros. Puede que si nos pusiéramos los dos en la popa y le diésemos, como... oye, tú eras de los de velocidad, ¿no?
-Si. Unos veinte segundos cuando estoy a tono.
-Bueno, pues será mejor que estés a tono y caliente. El metabolismo empezará a congelarse en una hora... cincuenta minutos ya, así que tenemos que andar con ojo. La presión diferencial debería sacudirnos y sacarnos de las coordenadas de congelación...
Neferti asiente y se desprende del taparrabos y lo deja caer con aire ausente detrás, como si lo abandonara para siempre. Sus alargados ojos verdeamarillentos de serpiente se achican, como cuando una serpiente se inmoviliza y se concentra en silenciosa resolución cuando siente la proximidad de la presa. Las tetillas y las orejas y la nariz se le pusieron de un rojo brillante y palpitante.
Wilson está de pie inmóvil y perfecto como una estatua, salvo por el falo ansioso y palpitante, los ojos fríos y azules escrutando el horizonte en busca de un blanco lejano. Allí está... las miras alineadas... los huevos tensos. Empieza a apretar el gatillo. Va subiéndole de los dedos y los pies largos y prensibles. Su cuerpo enjuto brilla como escamas de peces. Se concentra en un nudo en el Punto Uno de Neferti, cinco centímetros por debajo de donde debería estar el ombligo, si tuviese. Un animal furioso que gruñe, cabra-gato-venado está brotando de él. Chilla del agudo tormento cuando unos cuernos le atraviesan en cráneo y le brota sangre de la nariz.
Wilson aprieta y dispara. El blanco cae del punto de mira. La embarcación se mueve, despacio al principio, luego más de prisa, más, más.
-¡A proa! -grita Wilson.
Sujetándose a los asientos, logran a duras penas impedir que la embracación dé un bandazo de cola como un pez aguja arponeado. Entran en una corriente de trinta y cinco kilómetros por hora. Wilson señala:
-Isla Pies.
La huelen a cincuenta metros de distancia, un hedor negro a insecto que se pega a la ropa y al pelo. Tienes la sensación de que se arrastran ciempiés por todo tu cuerpo.
-Calma, caballerete. Les pasa a todos, al principio.
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