julio 07, 2003

Quejoso y arañando las paredes, intentando no perder su posición vertical. Asì salio Carlos de la casa de putas la madrugada del viernes, y tenía en la ceja derecha un cúmulo de sangre que no se quitó porque decía que lo hacía parecer rudo e invencible. Necesitaba mentir y me dijo que estaba para otra ronda de cervezas. Yo le dije que estaba todo bien, que todo marchaba a la perfeccìón y que sabía de un lugar abierto en donde atendía una chica hermosa que había dejado Perú hacía muy poco. Estabamos de acuerdo porque no había fuerzas para descernir en nada y fuimos en un taxi para allá. El taxista nos corrió un par de cuadras exigiendo algo de dinero a cambio del viaje y en la persecusión Carlos tropezó con un vagabundo que soñaba con un desayuno en Mc Donals y se rompió la otra ceja y ya no veía nada. Lo cargué unas cuantas cuadras y al final llegamos al bar éste y pedimos cerveza. Yo no podía para de fumar y tenía atados abiertos en cada uno de mis bolsillos. Le pedía fuego todo el tiempo a la chica de Perú, que cada vez se parecía más a la de mis fantasías sexuales.