Todos los médicos se volvieron estúpidos y salieron a la calle con sus vinchas en la mano. Corrían de mal modo y sonreían a la vez, y juraban batir un récord, vaya a saber uno cuál. Un pequeño perro triste y sucio observaba todo desde su escondite permanente, intentando pensar en la imposibilidad de pensar. Un cirujano sin el ojo izquierdo intentó una pirueta y cayó sobre los restos de una botella de cerveza hecha añicos. Sangró de a chorros y puteó a su madre mientras los demás festejaban aullando y pataleando de la risa. Creo que terminó muerto, suplicándole a un perro que olía a bosta, acorralado por carcajadas ebrias.
julio 03, 2003
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