Es sofisticada. Se embrutece de a ratos, pierde su contorno y se vuelve algo difusa, pero logra desenvolverse en momentos inesperados y de golpe vuelve a ser algo maravilloso. La elegancia decadente, una conversación que tuve un lunes de 1999 en la plaza de Pehuajó. Mauro no estaba de acuerdo, y no paraba de rascarse la rodilla. Tenía un moretón muy desagradable. Y me decía pará un poco, dejá de volar y fijate en este moretón: es desagradable. Tenía razón, pero ya no la tiene. Esas heridas han cicatrizado y tengo pleno derecho de volver a equivocarme. Me es muy necesario, casi imprescindible. Preciso un nuevo motivo por el cual quejarme y justificar mis viajes. Tengo ganas de irme de acá para no volver. O volver arrepentido.
julio 10, 2003
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