Verdes, verdes, verdes, los mocos color pastel. Los martes son tan aburridos que no tuve más remedio que resfriarme. Me quedé en cama hasta las tres de la tarde, olfateando mis nervios, babeando la almohada, despeinándome. Gemí en susurros pares, crecían lágrimas hirviendo al cerrar los párpados, en vano traté de contener mi mandíbula, hacer que los dientes dejen de rechinar. Incluso planeé pedir el día, quedarme echado boca abajo hasta mañana. Pero mañana haría lo mismo, y el día después de mañana, y pasado mañana más dos días y así. Legaría el viernes y la mujer que limpia en casa entraría a tender las camas, a pasar la aspiradora y me encontraría acurrucado y amarillo, aguantándome las ganas de mear, tiritando del frío, con los calzoncillos del lunes. Entonces me levanté y calenté café, y me di cuenta que estaba vestido. Solo necesitaba cepillarme los dientes y estaría listo.
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