En esas, se acerca a mi coche Helena de forma solemne, sulfúrica y de un ademán señorial nos hace entendidos. Es el segundo apocalíptico más surrealista de mi vida. La tomo del brazo y la atraigo contra mi, notando con entusiasmo su aroma ácido. Empuño su cabellera inclinándole la cabeza hacia atrás y muerdo su mentón violentamente salpicando sangre, escupiendo saliva y sangre, conduciendo hacia un pasaje de maniquíes cromadas, miles de ellas en fila india, aguardando ser manchadas por el sol.
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