marzo 10, 2004

Es una advertencia esta noche de locos. Por poco se me cae el último cigarrillo desde el balcón. Pero esto es serio, es el guiño definitivo antes del colapso total. Tómalo o déjalo. O se cambia la actitud, o pasamos al otro lado. Esta enfermedad ansiosa no hace concesiones.
Todo comenzó a las siete de la tarde, con Miriam prendiéndose al timbre, mi saco esquivo perdido en el placard. Con una demora de cuarenta minutos sentado en su coche, y nos dirigimos al puerto donde nos esperan todos. Camuflados, bebidos, ansiando un entusiasmo vago y despreocupado. Llegamos y se huele pescado frito, goma quemada y hollín. La porquería desprende amistad asesina. Nos estacionamos entre aullidos y saltos mal amortiguados, bienvenidos sean. Bipper está allí, Gimer está allí, Cubo, Miguel, Sancho, todos los demás menos Rico. Su esposa ha muerto esta mañana sosteniendo una sartén por el mango. “Salí de ahí” fueron con seguridad sus últimas palabras. Pero en cualquier momento de la noche aparecerá, todos sabemos bien que él no dejará de venir a acompañarnos. Y la mierda nos satisface.