Durante una larga temporada me vi sumergido en un ensimismamiento catatónico, casi vaporoso. Mis días iban desde la embergadura acrílica del grifo de la la ducha hasta una manta roñosa con sabor a corcho. Incesantemente se difundían maratones benéficas por televisión. Todo esto hasta que conocí a Betty B. Y mi vida cambió.
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