Vuelvo a tener gusto rancio y mis condiciones no hacen más que empeorar la cosa. Esto no funciona; probablemente no funcionó desde un primer momento. Estoy a pocos metros, han pasados tan sólo 20 minutos, la cosa no hace más que empeorar. Nada me ata a este locutorio, a esta máquina ajena, a esta infelicidad incisiva; sin embargo no hay nada que pueda hacer para salir de acá y catapultarme al mundo reglamentario. No quiero convenciones, no quiero cordialidad, ni maneras finas, ni formalidades huecas. No quiero saber quién va adelante en las encuestas, no quiero programar el despertador, no quiero chequear la agenda para felicitar al cumpleañero de turno. Científicos neozelandeses enseñan a leer a vacas lecheras mientras yo pido un cortado levantando el dedo índice. La fábrica de realidades disímiles funciona de mil maravillas. La globalización se ha desinflado de momento y su marea ha dejado en la costa algo de espuma y montones de réplicas originales de la cresta de david beckham. No quiero moverme, no quiero reflexionar sobre el sentido del tiempo, no quiero fusionar métodos empíricos de vanguardia, no quiero pedir pizza por teléfono y tener que esperar media hora. No pretendo la utópica vida de un ex-combatiente: prefiero pasar la lengua por ahí, escuchando techno.
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