Falta poco para que mi estómago se abra y mis tripas salgan expulsadas al exterior como desde una puerta giratoria a trescientos kilómetros por minuto. La bilis coloreando todo el lugar, obras de arte surrealistas aparecen de la nada, imágenes de fantasmas femeninos fragmentados deviniendo en miedos fríos. Mi conciencia se retuerce y pide ayuda; mis manos atigradas por la tensión y la fiebre, mis rodillas alérgicas al susto imploran a Buda el letárgico confort de la meditación tibetana. Se expone al público en general la brutalidad y el encanto de la vida misma interrumpida en seco, la implosión de ansias divinas en sueños queriendo ser y ser sabidos.
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