enero 24, 2003

Segundos antes que el control estalle en mil pedazos, yo tomo un trago de no sé qué cosa salteña de una jarra profundamente helada. Mi mandíbula se ve firma, pero así y todo presiento intensamente un futuro espasmo catalítico. En fin, no hago mucho más que beber esa copa, que, con el antebrazo atiborrado de tinta verde, quitarme el residuo de bebida adherido a mi barba, en fin, que no hago mucho más que eso hasta que mis articulaciones comienzan a relinchar y sacudirse en caprichosa forma. Inmediatamente entro en pánico. Pienso que ni siquiera puedo encender un cigarrillo. Pienso que esto no puede ser, y que además no puede ser por sí solo. Pienso que a lo mejor esta especie de catarsis nerviosa se debe a esta cosa que estoy mirando por Utilísima Satelital, en donde Tito ahora es una persona sana y además nos muestra sus recetas, y en donde dos veces por semana Pelusa hace manualidades com huevos de palomas y ostras. Entonces trato de manotear el control para apagar ese culto a Satán Padre, estiro el brazo, abro el puño con toda mi concentración posible, pero no da resultado porque todo se sacude sin ningún criterio ni armonía, y mi brazo flamea sin intenciones patrióticas ni de ningún otro tipo supongo, y el control sobrevuela la mesa de luz e impacta luego contra un jarrón tibetano, tipo Lucía: así de feo.