junio 17, 2005

Hay un incremento de penetración, un toque de queda y un emirato ensimismado en una azotea, en una tarde fría y gris.

En un boceto de captura de la imagen deja caer un tarro de café.
En un siguiente cuadro se fisura su rostro y media cara le queda colgando del torso, sin embargo no se vierte sangre en significativa cantidad.
La oscuridad se aproxima en un tercer momento melancólico, y una suave brisa muere al lado de sus viejas botas como un perro hambriento sin amo. El silencio es bendecido por la contundencia del recuadro.
Al fin, el original es un cuarto movimiento de clausura, definitivamente triste, aunque sin consuelo. El emirato estuvo allí un tiempo pero ya no queda nada salvo una azotea, en un plano muy abierto, y quienquiera que desee saber acerca de esto quedará atrofiado en su deseo.
El toque de queda es más que un estaticismo, es una precisión irrefutable en sentido impropio. Todo eso no es nada, sino penetración.