Trabajo
"Maldita sea la tierra por tu culpa. Con fatiga sacarás de ella tu sustento todos los días de tu vida. Ella te dará espinas y cardos, y comerás la hierba de los campos. Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado. Porque polvo eres, y al polvo volverás."
Por voluntad divina, Adán fue condenado al trabajo.
Eva a parir con dolor.
El Nuevo Testamento comenzó a modificar esta concepción denigrante. En principio, el trabajo fue planteado como una herramienta de control y orden social.
Dijo San Pablo en su segunda epístola a los Tesalonicenses: "Tenemos noticias de que alguno de vosotros viven en la ociosidad sin otra preocupación que la de curiosearlo todo. A estos les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo a trabajar en paz y a comer el pan que ellos mismos ganan."
Con la predicación de San Agustín, ya avanzada la Edad Media, trabajo y obra empezaban a confundirse, al mismo tiempo que se condenaba el ocio.
Trabajo es trabajo humano.
Trabajo es trabajo de Dios.
Trabajo es opus dei: la obra divina.
La perspectiva agustiniana favoreció la eclosión de una modernidad centrada en el trabajo. Comprensión que alcanzó su máxima expresión con el idealismo alemán del siglo XIX: Dios trabaja.
Hasta entonces, las personas alternaban los períodos de actividad intensa con los momentos de mayor relajación. Con el avance de la revolución industrial, en cambio, los tiempos fueron uniformados por reloj: horas, minutos y segundos eran sistemáticamente destinados a la producción, con independencia de cualquier otra variable.
Espacio. A partir de ese momento, desaparecieron los pequeños talleres independientes de los artesanos y muchos trabajadores empezaron a ser agrupados en un único espacio -el de la fábrica- ya sin instrumentos de producción propios ni necesidad de diferenciarse por la destreza en el oficio. El lugar fue uniformado por la fábrica: a mayores máquinas, mayor producción y mayor espacio.
El trabajo es tiempo y es espacio.
El trabajo es un reloj.
El trabajo es la fábrica.
Por voluntad divina, Adán fue condenado al trabajo.
Eva a parir con dolor.
El Nuevo Testamento comenzó a modificar esta concepción denigrante. En principio, el trabajo fue planteado como una herramienta de control y orden social.
Dijo San Pablo en su segunda epístola a los Tesalonicenses: "Tenemos noticias de que alguno de vosotros viven en la ociosidad sin otra preocupación que la de curiosearlo todo. A estos les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo a trabajar en paz y a comer el pan que ellos mismos ganan."
Con la predicación de San Agustín, ya avanzada la Edad Media, trabajo y obra empezaban a confundirse, al mismo tiempo que se condenaba el ocio.
Trabajo es trabajo humano.
Trabajo es trabajo de Dios.
Trabajo es opus dei: la obra divina.
La perspectiva agustiniana favoreció la eclosión de una modernidad centrada en el trabajo. Comprensión que alcanzó su máxima expresión con el idealismo alemán del siglo XIX: Dios trabaja.
Hasta entonces, las personas alternaban los períodos de actividad intensa con los momentos de mayor relajación. Con el avance de la revolución industrial, en cambio, los tiempos fueron uniformados por reloj: horas, minutos y segundos eran sistemáticamente destinados a la producción, con independencia de cualquier otra variable.
Espacio. A partir de ese momento, desaparecieron los pequeños talleres independientes de los artesanos y muchos trabajadores empezaron a ser agrupados en un único espacio -el de la fábrica- ya sin instrumentos de producción propios ni necesidad de diferenciarse por la destreza en el oficio. El lugar fue uniformado por la fábrica: a mayores máquinas, mayor producción y mayor espacio.
El trabajo es tiempo y es espacio.
El trabajo es un reloj.
El trabajo es la fábrica.
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