En la distancia habita un paladar negro, al cual no llega lo trágico de la pasión. Mis cantos, mis tensiones hipocondríacas, mis naufragios claustrofóbicos no atraviesan el corredizo ni osan atravesarlo. La dama que espera, en la otra orilla, desplega una manta para echarse a tomar sol, y canta en portugués. Le alzo la mano, intento desesperadamente hacerme ver y salto frenéticamente. Ella se desnuda y se entrega a la incandescencia del fuego, y mi esfuerzo me averguenza, aunque nadie se detenga a contemplar la escena. Aparento calma y voy por una gaseosa, pero me caen gotas de vid desde los ojos.
septiembre 04, 2003
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