En una sucursal del banco Meridional, aparcado el coche en un lugar indebido, con los minutos contados para volver a la oficina. Ingreso la clave de seguridad, soy admitido como cliente regular. Oprimo el rectángulo digital debido eligiendo la transacción deseada. Un martilleo sistemático suena metálico en mi nuca. Espere un momento, y una barra se llena de forma gradual. Siento las medias empapadas por los nervios y la frente soportando los residuos de los desplantes que se producen detrás de mi cabeza. Soy un enorme latido de confusión. La operación se completa y aparecen los billetes de a 100. Me siento moderadamente aliviado. Sólo queda salir de allí lo antes posible. Si no me han multado podré alcanzar el café y sentarme nuevamente a teclear a la hora correcta. Pero mis bolsillos están rotos, mis manos hinchadas por la presión y mi cuerpo obnibulado de un sudor frío a causa del aire acondicionado. Tendré que utilizar mi pistola de rayos laser para despejar el camino.
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