Bien entrado en años, con sorpresa inútil y sin boina en la cabeza, evitó el coche zigzagueante que se le venía encima a pura velocidad. Sintió el corazón desbordarse de violentos pálpitos, pero el coche siguió en busca de otras víctimas y solamente quedó la humedad goteando en su frente arrugada. Llegó a la vereda al fin y encendió un cigarro contemplativo. Las nubes reptaban los cielos vertiginosas, la vida había acelerado y ponía quinta, los semáforos habían dejado de funcionar.
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