Serie del Comando Zombie
Hace unos años escribí esta serie de relatos o secuencias acerca de un grupo comando clandestino que combatía zombies. Si. Nada menos. El grupo estaba compuesto por tres personajes: Crishja, un mercenario cínico y malintencionado, Mimi, una veinteañera inocente y maternal y, por último, yo.
Así que un delirio de dimensiones extraradio.
Anoche encontré unas copias viejas y me colgué leyendo un par de relatos. Nacho me insiste de vez en cuando en que retome la serie. Ya no puedo escribir algo como esto, por eso subo uno, para aplacar ansiedades y como parte de un proyecto de rememorar ciertas cosas que hice y que había olvidado.
Este transcurre en navidad. Se titula "Celebración".
Vísperas de Nochebuena, y estoy seguro de que lo que observo atónito dentro del pesebre viviente es un enano de miembro pendular. Está a la izquierda del niño dios, sonriendo con las manos en la cintura, el torso y la cabeza y los bracitos quietos, las piernas quietas, el miembro pendular. Estamos dentro de un grupo numeroso de gente que ha pagado para disfrutar del encantador espectáculo, conque no quiero hacer mucho alarde -en parte porque estoy un poco asustado-, de modo que le pellizco el culo a Mimi y ella da un pequeño salto. Me mira, navegando entre las mesas de algodón, perfumada de almizcle, ruborizada las pestañas encorvadas, los bucles dorados sencillos extraordinarios pero, estratégicamente, antes de que ella toque el piso y diga nada, yo abro los ojos y digo:
- Por favor mirá la pija de ese enano es un enano de verdad.
A Mimi parece agradarle. Por un rato se mantiene en solitario silencio hipnótico, como apartada espiritualmente de la multitud que clama y aplaude entusiasta, un objeto fuera de lugar. Pero luego inspira y asiente, lentamente, se vuelve me mira y sonríe, dulcemente, y el estruendo del público aumenta y quizá ella no sólo es así de extraña sino también divina y de comprensión absoluta, que es lo mismo que decir dios y todas las cosas son innecesarias. Crishja me observa indudablemente comprometido con la situación, mientras yo observo a Mimi, y con su dedo índice me advierte:
- De acá no nos vamos sin saludarlo y darle la mano.
Empecinado en lograr su absurdo objetivo Crishja nos toma inmediatamente de la mano y nos arrastra por entre la muchedumbre, salpicando estiércol, inmunizado contra el estatus religioso de la ceremonia. Va pisando niños y esquivando serpentinas, quitando de un empujón a quien ose obstaculizar su camino. Tiene al enano entre ceja y ceja, lo sé muy bien, nada en el mundo podrá detenerlo, nadie sabe realmente la verdadera dimensión de lo que ocurre dentro de él, un obstinado deseo de muerte, de putrefacción, un plus de goce en el daño. Camina tirándonos violentamente como un buey, si hermano, certero como una flecha se encamina hacia el enano, moviendo la cabeza al compás de aquel miembro atroz. Y cuando al fin estamos a un metro salta la valla gimoteando, nosotros lo seguimos con prisa y lo vemos arrodillarse ante esta cosa que ahora parece resplandecer, llena de vida, producto místico de nuestras metas no alcanzadas, dejadas siempre de lado, todo el tiempo, todo el tiempo, andar para esquivar el bulto, dejarlo de lado, atrás, olvidado, aunque siempre presente, todo mal, desencajado, aberrante, un miembro de esta índole, nunca visto, revelado el día del nacimiento de Dios, hecho carne aquí mismo. El tiempo parece detenerse, Crishja, Mimi y yo postrados ante tanto significado desplazado, y el espacio subyugándose a un último silencio vital y el desabrido encuentro conmigo mismo, dentro del pesebre, un guardia de seguridad ha herido al niño dios, pero ya no importa. Mimi arropa al enano, dulce y mansa según su costumbre, y es de tanta belleza su gesto sincero, su espíritu superfluo, que las masas vitorean en nombre del nuevo dios, que las aves caen muertas desde los postes, las madres desabotonan sus blusas y Mimi, en agraciado llanto, alza al dios enano por sobre su cabeza, Crishja tamborillea, y el público aclama al animal divino que astuto sonríe, alza por fin los brazos y todopoderoso da las doce.
Así que un delirio de dimensiones extraradio.
Anoche encontré unas copias viejas y me colgué leyendo un par de relatos. Nacho me insiste de vez en cuando en que retome la serie. Ya no puedo escribir algo como esto, por eso subo uno, para aplacar ansiedades y como parte de un proyecto de rememorar ciertas cosas que hice y que había olvidado.
Este transcurre en navidad. Se titula "Celebración".
Vísperas de Nochebuena, y estoy seguro de que lo que observo atónito dentro del pesebre viviente es un enano de miembro pendular. Está a la izquierda del niño dios, sonriendo con las manos en la cintura, el torso y la cabeza y los bracitos quietos, las piernas quietas, el miembro pendular. Estamos dentro de un grupo numeroso de gente que ha pagado para disfrutar del encantador espectáculo, conque no quiero hacer mucho alarde -en parte porque estoy un poco asustado-, de modo que le pellizco el culo a Mimi y ella da un pequeño salto. Me mira, navegando entre las mesas de algodón, perfumada de almizcle, ruborizada las pestañas encorvadas, los bucles dorados sencillos extraordinarios pero, estratégicamente, antes de que ella toque el piso y diga nada, yo abro los ojos y digo:
- Por favor mirá la pija de ese enano es un enano de verdad.
A Mimi parece agradarle. Por un rato se mantiene en solitario silencio hipnótico, como apartada espiritualmente de la multitud que clama y aplaude entusiasta, un objeto fuera de lugar. Pero luego inspira y asiente, lentamente, se vuelve me mira y sonríe, dulcemente, y el estruendo del público aumenta y quizá ella no sólo es así de extraña sino también divina y de comprensión absoluta, que es lo mismo que decir dios y todas las cosas son innecesarias. Crishja me observa indudablemente comprometido con la situación, mientras yo observo a Mimi, y con su dedo índice me advierte:
- De acá no nos vamos sin saludarlo y darle la mano.
Empecinado en lograr su absurdo objetivo Crishja nos toma inmediatamente de la mano y nos arrastra por entre la muchedumbre, salpicando estiércol, inmunizado contra el estatus religioso de la ceremonia. Va pisando niños y esquivando serpentinas, quitando de un empujón a quien ose obstaculizar su camino. Tiene al enano entre ceja y ceja, lo sé muy bien, nada en el mundo podrá detenerlo, nadie sabe realmente la verdadera dimensión de lo que ocurre dentro de él, un obstinado deseo de muerte, de putrefacción, un plus de goce en el daño. Camina tirándonos violentamente como un buey, si hermano, certero como una flecha se encamina hacia el enano, moviendo la cabeza al compás de aquel miembro atroz. Y cuando al fin estamos a un metro salta la valla gimoteando, nosotros lo seguimos con prisa y lo vemos arrodillarse ante esta cosa que ahora parece resplandecer, llena de vida, producto místico de nuestras metas no alcanzadas, dejadas siempre de lado, todo el tiempo, todo el tiempo, andar para esquivar el bulto, dejarlo de lado, atrás, olvidado, aunque siempre presente, todo mal, desencajado, aberrante, un miembro de esta índole, nunca visto, revelado el día del nacimiento de Dios, hecho carne aquí mismo. El tiempo parece detenerse, Crishja, Mimi y yo postrados ante tanto significado desplazado, y el espacio subyugándose a un último silencio vital y el desabrido encuentro conmigo mismo, dentro del pesebre, un guardia de seguridad ha herido al niño dios, pero ya no importa. Mimi arropa al enano, dulce y mansa según su costumbre, y es de tanta belleza su gesto sincero, su espíritu superfluo, que las masas vitorean en nombre del nuevo dios, que las aves caen muertas desde los postes, las madres desabotonan sus blusas y Mimi, en agraciado llanto, alza al dios enano por sobre su cabeza, Crishja tamborillea, y el público aclama al animal divino que astuto sonríe, alza por fin los brazos y todopoderoso da las doce.