Por entre los reflectores pude atisbar parte fragmentada de su rostro. Debía estar a seis o siete mil metros por sobre el nivel del mar, sin embargo mi camisa almidonada me proporcionaba el único sentimiento de pavor. Giró y un destello de hipocresía inundó mi corazón y todo se fue dando vuelta, de a poco, lentamente, hasta llegar a un lugar remoto y mejor. Extraño, pero concreto y satisfactorio.
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