Las líneas blandas que llaman a Martha, ocasionalmente son las mismas que piden por mí. Ocurre lo siguiente: al despertar, mis piernas tiemblas, los ojos laten como tumbas de hombres vivos. El cinturón que atraviesa mi barriga impide que destroze la habitación en donde peno, pero sinceramente no creo que aguante mucho tiempo más. Mis convulsiones son espantosas y duran sus buenos minutos, y mientras la bilis me sale por la boca a borbotones la hebilla cede, cada vez más, y de un momento para otro dejará un salvaje suelto haciendo polvo, y las líneas que llaman a Martha, y mi estómago que frunce mi ceño, se acobarda aquel niño indio y no prospera la digitalización…
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