Encendí un cigarrillo (son esos automatismos que uno va adquieriendo irremediablemente en el curso de la vida) y comencé a jugar con el encendedor. Traté por unos momentos de no mirarle la cara, de pestañar la mayor cantidad de veces posibles, traté de imaginarme una playa, un cuello, un impermeable amarillo escudándome de la balacera de gotas sobre la peatonal. Nada iba funcionando. Las pitadas eran más largas, más dolorosas. Comencé a comerme las uñas de la mano desocupada también. Su voz era lineal, sin altivajos; llevaba una boina estúpida. Desde los parlantes perfectamente camuflados del bar tronaba un tema de una banda inglesa que pegó mucho a fines de la década del ochenta. Por unos segundos me pareció estar conversando con un viejo amigo y pensé en pedir una cerveza.
-¿Entendés lo que te digo?
Y pedí la cuenta.
-¿Entendés lo que te digo?
Y pedí la cuenta.
1 Comments:
me gusta lo que escribis, suena a melancolia pero agrada igual... No quiero creer que tu vida esta perdida o q pensas eso... porque eso no es bueno.... aunque a veces lo bueno no es tal.
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